viernes, 31 de julio de 2009

Cronos

David no era especial, era más bien un pobre tipo que vivía en su propia nube de pedos. Pero tenía algo que llama la atención: usaba dos relojes de pulsera. Uno en cada mano. A simple vista eran muy parecidos pero el secreto estaba en fijarse en las agujas. El de su mano izquierda se encontraba con la hora exacta establecida para el país. El de la mano derecha no. No lo hacía viajar en el tiempo ni detenerlo. No tenía cronómetro ni era especial. En él David inventaba horarios. En ese segundo reloj, David era realmente David. Era la hora que el quería que sea, le daba la libertad de hacer lo que quisiese cuando él así lo deseaba. Se olvidaba del trabajo y de lo triste y chata que podía ser su vida. Jugaba como un nene.

Desayunaba a las cinco de la tarde y se lavaba los dientes a las tres de la mañana. Dormía a plena luz del día y se despertaba en plena noche a tocar la trompeta. Pero era precavido, le ponía la sordina para reducir su sonido y seguir conviviendo con sus vecinos.

Vivía en un departamento chico pero prolijo, se encargó en dejarlo iluminado. Con estufa para el invierno y ventilador para el Verano. En esta época en la que todo edificio viejo es demolido para levantar super torres o como mínimo reciclarlo, él se mantenía refugiado en un pequeño pero tranquilo departamento. No necesitaba más para estar bien.

Era alquilado y gastó mucha plata en dejarlo en condiciones. Estaba cómodo ahí, además vivía solo. Él y el ruido de la heladera, el goteo de la canilla y los colectivos de la avenida que se metían de garrón por la ventana.

No se cruzaba con frecuencia a sus vecinos, generalmente debido a sus extraños horarios. Sufría de insomnio y esto le jugaba a favor. Esta prolongada falta de sueño (a veces de hasta una semana) era la culpable de sus profundas y gruesas ojeras violáceas. Le daban una apariencia adormecida a su fea cara. Parecía un mal parido, si se le sumaban sus grandes paletas que aparecían de modo siniestro junto a sus encías cuando sonreía.

El no tenía mayor preocupación que ser el dueño de su propio tiempo, darse el lujo de gastar sus horas de la forma que el quisiese: Tardar horas en una ducha caliente, pocos minutos en almorzar y atar sus cordones reiteradas veces con diferentes clases de nudos. Depende el día iba variando la distribución de su tiempo. Él dominaba sobre las horas, minutos y segundos.

David tenía un extraño pasatiempo, comprar libros y leer tan solo la contratapa. Le resultaba emocionante como en un par de párrafos le vendían la obra como la mejor jamás escrita.

Le gustaba tomar té y presenciar el pequeño tornado color beige que se formaba en la taza al echarle un chorrito de leche descremada. Tenía una dieta estricta y aburridamente vegetariana, aunque disfrutaba de lácteos.

No le molestaba la soledad, le dejaba tiempo extra para limpiar la casa y lavar la ropa, secar el espejo empañado del baño y prepararse la comida.

Su trabajo era de oficina, es irrelevante el puesto y empresa, era aburrido. Para pagar las expensas nomás. Era un trámite para él. Era atento con sus compañeros de trabajo, no sabían su nombre pero le exigían, él lo sabía pero no le dolía. No le importaba la gente.

Ocho horas laborales, una de almuerzo y cuarenta de viaje entre ida y vuelta a la oficina. Quedaban más de catorce horas para el reloj de su mano derecha. Su reloj preferido, el que lo hacía invencible.

Cuidaba mucho ambos relojes, no era un obsesivo pero los tenía en buenas condiciones. El vidrio estaba apenas rayado por su mala costumbre de ponerlos boca abajo en su mesita de luz. Al llegar a su casa, abandonaba el de su mano izquierda. Al irse a dormir, abandonaba el de su mano derecha y se abrazaba a su muñeca el del horario “tradicional”. Se despertaba e iba al trabajo, así de lunes a viernes como cualquier otra persona. Pero estaba en él condimentar sus horas libres de nuevas aventuras.

Su vida no se dirigía a ningún lado, en parte por negación, también por inmadurez y un poco por desinterés. El estaba bien así, con su divino tiempo. No le importaba ser ya un adulto, estar envejeciendo y tener ese trabajo de oficina, no tener amigos ni pareja, por lo tanto tampoco teléfono. No tenía quien lo llame. Estaba librado de casi cualquier cosa material, en parte porque su sueldo no le permitía grandes lujos.
Una noche en la que se presentó uno de sus retorcidos horarios, se fue a dormir tan solo cuarenta minutos antes de tener que ir a trabajar. Mientras dormitaba, uno de sus brazos golpeó su mesita de luz y tiró al suelo su reloj especial, el de su mano izquierda. David se enteró de la tragedia una media hora después, cuando se despertó para ir a trabajar.

Al ver el reloj con su vidrio roto y con las agujas muertas, se echó a llorar. Se sintió negligente, poco cuidadoso. Traicionero y asesino, cuando en verdad era tan solo un reloj roto. No para él.

Los mocos chorreaban de su nariz aguileña. Se agarraba las tiritas de pelo que le colgaban sobre la cara y las acomodaba detrás de sus orejas.

Estaba desconsolado, no sabía que hacer. Era como si se hubiese muerto un amigo imaginó, no los tenía. No tenía más el dominio de su tiempo, las situaciones comenzarían a superarlo. Sabía que su error sería difícil de remendar.
Ese día, por primera vez en su vida, había llegado tarde a un lugar. Al trabajo. Nadie le dijo nada, su puntualidad obviamente siempre había sido quirúrgica. Su retraso fue tomado desapercibido.

Tardó el doble en hacer sus tareas, no encontraba las cosas y estaba desconcentrado. Su almuerzo, al igual que siempre lo pasó solo, pero esta vez llorando. Todos los otros empleados de la oficina lo observaban en silencio, como si fuese un grotesco espectáculo: ver a un feo obsesivo y solitario llorando en su tiempo de descanso. Eso no lo pasan en la tele. Y era gratis.

Tardó el doble de tiempo en comer, y casi un treinta por ciento más en volver a su casa.

No encontraba la medida justa de tiempo para mirar televisión (tan solo los adelantos, seguía el mismo patrón que con los libros), practicar con su trompeta, bañarse o calentar su comida. Su vida pasó a ser caótica y desorganizada, ya no podía calcular cuanto tiempo quería entregar a cada actividad. Extrañaba su compleja estructura horaria que mantenía con su reloj especial.

Los días pasaban y no podía acostumbrarse a la fea rutina ni a su tiempo de ocio sin su reloj. Nunca se había dado cuenta de su dependencia incondicional hacia el aparato de su mano derecha. Le quedó el reflejo y cada tanto miraba su mano. Se sentía estúpido después. Al igual que se sentía un tonto cuando se le cortaba la luz e intentaba prenderla.

Semanas después la rutina lo tenía agobiado, comenzó a responderles mal a sus compañeros y a sentirse desganado, sentía impotencia y cada minuto que pasaba, cada minuto que perdía sabía que estaba mas cerca de morir. El tiempo, que era su vida, pasó a transformarse en una triste y tortuosa espera de caer en una fosa que no sería visitada.

Su era dorada de bienestar terminó, desconsolado se dio cuenta de una simple cosa, ya era una persona común y corriente.

miércoles, 29 de julio de 2009

Como Ser Un Gran Escrito

Este mail me llegó hoy, de parte de uno de mis más viejos y queridos amigos.

de ramon valdes
para Ariel Pukacz
fecha 29 de julio de 2009 17:54
asunto para ser buen escritor
enviado por gmail.com



Mira la receta de bukowski para ser buen escritor:

Como Ser Un Gran Escritor

tenés que cojerte a muchas mujeres
bellas mujeres
y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos talentos.

sólo tomá más cerveza más y más cerveza.

Andá al hipódromo por lo menos una vez
a la semana

y ganá
si es posible.

aprender a ganar es difícil,
cualquier boludo puede ser un buen perdedor.

y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu
cerveza.

no te exijas.
dormí hasta el mediodía.

evitá las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.

acordáte de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares
(en 1977).

y si tenés capacidad de amar
amáte a vos mismo primero
pero siempre sé consciente de la posibilidad de
la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.

un sabor temprano de la muerte no es necesariamente
una mala cosa.

quedáte afuera de las iglesias y los bares y los museos
y como las araña sé
paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
más
el exilio
la derrota
la traición

toda esa basura.

quedáte con la cerveza

la cerveza es continua sangre.

una amante continua.
agarrá una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa
dale duro.

hacé de eso una pelea de peso pesado.

hacé como el toro en la primer embestida.

y recordá a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun.

si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas
como te está pasando a vos ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...

entonces no estás listo

tomá más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay
está bien
igual.

martes, 28 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (Parte V)

En el primer renglón del cuaderno estaba escrita una frase sola, suelta. Lo poético me resulta patético. Me resultó bastante estúpida la frase y sin ningún tipo de gracia. Con miedo de perder el interés nuevamente seguí leyendo. Varios renglones más abajo comenzaba una especie de diario.

16/7/1975
Mamá esta peor, en el hospital le diagnosticaron tres semanas, ya pasamos por esto antes. Diagnosticaron mal y acá la tenemos, hace tres años debería haber muerto y sigue entre nosotros. No se cuando tiempo más voy a aguantar, de un modo u otro pronto se irá. No es que no la quiera pero esta situación me tiene podrido, necesito la plata de la herencia y rematar las propiedades. Tengo, necesito hacerla firmar el testamento mientras está consciente. No se me puede adelantar la arpía de su hermana, no puede y me voy a encargar de que no pueda. Decidí postergar el viaje hasta que se solucione esto.

Ya sabía aunque sea que era un hombre el dueño de aquel cuaderno, ya sabía que era un diario o en parte aunque sea. Con una sola carilla me enteré de muchas cosas y quería enterarme de muchas otras más.

Mi lectura no prosiguió porque llegó una cliente. Estaba llegando a los treinta, unas leves arrugas en su cara la delataban, su pelo largo color fuego caía por sus hombros sobre su sobretodo marrón. Tenía una sonrisa inmensa con dientes perlados.
Me quedé como un estúpido mirándola cuando por fin me di cuenta de que debía atenderla.

-B-buen d-día ¿Q-qué desea?- Pregunté tartamudeando como un idiota.
-Un cono de castañas
-Hay dos tamaños ¿cuál querés?

Miró sus monedas, las contó dos veces, hizo una mueca de pena y ordenó el pequeño. Le serví el grande y volví a ver su gran sonrisa perlada. Sus labios eran finitos y pálidos. Era alta para ser mujer, parecía modelo y no era casada según indicaban sus manos.

No la dejé pagar, insistió y yo también, no la dejé pagar. Me pagó con su belleza por más cursi que suene. Me agradeció y se esfumó en la ciudad de neón.
Nuevamente pobre cuaderno, quedó olvidado, tapado por la belleza de una mujer. Hacía mucho que no salía con una. Tal vez por mi aspecto físico. Me estaba quedando pelado y mis ojos saltones y con ojeras nunca atrajeron mucho a ninguna chica. Tal vez mis paletas o mi barba crecida. Tal vez mi falta de personalidad y carisma, ser un mal conversador y demasiado introvertido. Aquella pelirroja estaba fuera de mis posibilidades, no iba a ilusionarme, como mucho pajearme en la noche.

jueves, 23 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (Parte IV)

La primera carilla tenía nombres masculinos que parecían de procedencia rusa. Estaban escritos en una columna y al lado de cada nombre un sí o un no en mayúscula, afirmando o negando algo, no se que. Talvez eran los nombres que tenía el dueño del cuaderno en mente para su futuro hijo. Claramente no era la primera página del cuaderno, varias debían haber sido arrancadas o perdidas.

Estaban ordenados alfabéticamente, algunos estaban tachados y otros casi ilegibles

Andrei

Hedeon

Markov NO

Mikhail

Petrov NO

Piotr

Stefan

Urie NO

Vladislav NO

Vladmir SI

Yurii

Del otro lado de la hoja había una lista similar pero de nombres femeninos. Era más reducida, en vez de once había tan solo ocho.

Ekaterina SI

Mila SI

Mischa NO

Nadezhda NO

Nina

Sophia SI

Tahsha

Yelena

Mi suposición fue arruinada, no había forma que sea la elección de un nombre para un bebé, a menos que sean mellizos. Sospeché que fuese una lista de alguna clase de evento, en la que se tenían que confirmar los invitados. Talvez de una embajada o algo asi de burocrático y aburrido pero no parecía ser el cuaderno de un canciller, estaba demasiado maltratado, además esa gente no escribe con birome. Hola notebook, hola palm.


Una lista de inmigrantes morosos pensé por un segundo, tenía sentido. Talvez de un sicario. No había ni una sola palabra que me de indicios de que significaba esa lista.


La pava sopló, había puesto agua para un segundo té, no me quedaba más miel, si limón. Preferí tomarlo solo. El libro quedó esperando en la mesa a que vuelva y continúe intentando develar sus poco interesantes misterios. No lo hice.


Fueron varios días después, en el trabajo que me topé con el moleskin nuevamente, abrí una página al azar por la mitad. Las hojas se estaban despegando. Estaba humedecida y teñida de color marrón claro, seguramente café. En uno de los bordes tenía escrita una dirección o eso parecía, la letra estaba borroneada y no llegaba a leerse, en el extremo inferior había otra, Nowy Swiat 42, Varsovia. Esa era toda la información que tenía, me intrigó bastante saber que había en esa calle de Polonia. Decidí anotarla en un cuaderno y comenzar una serie de anotaciones para intentar descifrar aquel libro. Empezaba a tornarse intrigante.

sábado, 18 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (parte III)

El cuaderno quedó olvidado entre la caja registradora y las bolsitas de papel durante varias semanas, pudriéndose cada día más. Al recordarlo, me enredó una culpa extraña, como si le debiese algo a alguien, al vago o al dueño del cuaderno, a mi mismo o tal vez al cuaderno. Decidí llevármelo a casa para que no se siga arruinando.
Quedó a salvo de la humedad, pero no del polvo y roña de mi hogar dulce hogar. Lo cajonee varias semanas más, ya no me causaba tanta curiosidad. El entusiasmo inicial quedó sepultado por otras actividades y problemas. Por ejemplo que me iban a cortar el gas, mi único placer era darme una buena ducha caliente cuando llegaba de trabajar. No tenía televisión por cable, me aburría y tampoco teléfono. Triste pero cierto, no tenía quien me llame. Mi única compañía era mi gato sin nombre. Lo encontré un día volviendo del trabajo empapado por la lluvia. No le puse nombre porque no era mío, tan solo vivía en mi casa. Tenía suerte de que no le hacía compartir los gastos.

Un franco, creo que era un martes, no me tomaba uno hace bastante, decidí quedarme tomando té y mirando por la ventana, con la radio prendida pero sin sintonizar ninguna frecuencia. Los francos me los tomaba cuando quería mientras que no fuese de jueves a domingo. O sea, mis opciones no eran muchas, pero sonaba democrático pensar que me los tomaba cuando quería. A mi jefe, el dueño del puesto y de la franquicia y de todo lo veía todos los lunes, a menos que me tome franco ese día, je.

Cuando busque una cuchara para revolver el azúcar estancada en mi taza, me re encontré con el viejo cuaderno de tapa azul, algunas partes estaban verdosas e incluso amarillentas y un costado estaba arrancado. Estaba atado con un piolín de pizza, tanto vertical como horizontalmente. Olía a fugazetta. Lo desaté y lo tiré sobre la mesa, me quedé observándolo con sospecha ¿Alguien lo estaría buscando desesperadamente?

Lo abrí desde el final, tengo esa costumbre, no se si por mi peritaje judío de leer a la inversa o por la ansiedad de adelantarme al final de los libros. Deslicé mi dedo y dejé correr las páginas a velocidad, esforzando la vista para captar algo de cada una de ellas.

Había fotos adentro, algunas abrochadas, otras sueltas, papeles, algunos abrochados y otros sueltos, páginas arrancadas y vueltas a enganchar en el espiral sin demasiado éxito.

lunes, 13 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (Parte II)

Me solía hablar y yo intentaba ignorarlo, espantaba a los pocos clientes.

Personalmente lo prefería a él que a los yuppies. Pero mi trabajo no era elegir la gente que me rodeaba, era vender garrapiñadas.

Dominaba el arte de acaramelar los frutos, mi preferida era la garrapiñada de almendra. Vendía unas sesenta por día, no es mucho, no es poco pero yo viví de eso un tiempo más que suficiente. Demasiado.

Y el vagabundo, el otro ente invisible, el único que me registraba, que se daba cuenta de que soy una persona, también había tenido una vida antes de desaparecer de los ojos de la gente que caminaba aquella cuadra. Según escuché a un vecino o a alguien de por ahí, era un prestigioso médico de clase alta, quiso asistir el parto prematuro de su propio hijo y no logró salvar a su mujer. Quedó loco, estrangulo al bebé y huyó. Pasó por varios hospitales psiquiátricos y el resto de sus familiares carroñaron la fortuna.

No se de donde sacaron tantos detalles, a la gente le gusta inventarle historias a los personajes misteriosos y vagabundos. Para mi era pura mentira, cuento de viejas.
Le tenía simpatía, cada tanto le invitaba una bolsita de garrapiñadas.

Un día el vagabundo se me acercó al grito de

-Manicero, manicero- y agitaba su brazo con fuerza para que me acercase.

Calculo que lo dijo para ofenderme. Su hedor era terrible y balbuceaba, yo estaba realmente en cualquiera, no aguantaba más ese trabajo. Terminó por acercarse él al ver que yo no abandonaría mi puesto de trabajo, era lo único que tenía, no iba a arriesgarme a que alguien me robe. Se arrimó con lo que en un principio pensé que era un libro, era un cuaderno en verdad. Un cuaderno con olor a podrido, sucio y bastante roto. Estiró la mano y me lo ofreció. Su brazo era extremadamente delgado, se le marcaban todas las venas azules. Su piel estaba muy tostada por encontrarse siempre bajo el sol.

La curiosidad mató al gato, el Zyklon B a mi pueblo y este libro a mí. No le iba a ofrecer plata así que le di una bolsa bien cargada de castañas. Me estaba estafando, pero fue lo único interesante que le vi sacar de esa rejilla en todos estos años. Después de ese día no lo volví a ver.

No tuve tiempo de revolver las páginas del libro porque mágicamente se hizo una larga fila, de unas cuatro o cinco personas queriendo comprar garrapiñada.

miércoles, 8 de julio de 2009

Libro perdido, encontrado (Parte I)

Trabajé diez años en la misma esquina vendiendo garrapiñadas antes de poder dedicarme a lo que estudié durante tantos años. Vendía de maní, de almendra, de castaña. Sólo eso, gaseosas, a otro lado. Estaba estático demasiadas horas por día, desde que aparecía el primer peatón hasta que desaparecía el último. No tenía la suerte de que todos comprasen.

Amanecía antes que la ciudad y me dormía después que ella. Tenía mis seis baldosas de espacio en una esquina en la que convergían dos avenidas. Bien céntrico. Estaba ahí pero no era visto, las mujeres pasaban en zapatillas, y sus zapatos de tacos eran guardados en sus bolsos. Practicidad, se los ponían al llegar a la oficina.

Mi carrito, mi bunker. Me separaba del caos y velocidad que me rodeaba. Estaba en mi mundo y con mi ritmo. Mi carro era mi ventana por la que veía al exterior, que me tomaba por un ente invisible y prescindible. Parte del paisaje de neón y cemento. Desde mi maltratada silla todo parecía ir en cámara rápida pero mis horas pasaban mas bien lentas.

Era una jungla vestida de traje, nadie se miraba, avanzaban y se detenían al son de los semáforos. Gente y autos, bicis. El barrio, las cuadras, la gente, era igual todos los días pero a la vez muy diferente. Tenía el lujo de ver evolucionar a las construcciones cercanas. Ver las barbas crecer, las veredas ensuciarse y a los homeless morir de frío o angustia.

Llegar y ver ese desierto pavimentado era interesante. Te hacía sentir minúsculo. Cuando la gente dormía y la ciudad era tan sólo mía casi podía oir el latido de mi propio corazón. Me acompañaba la poca luz del sol y algún barrendero que eligió ese trabajo por voluntad propia para que no le pregunten. Para ocultarse de algo.

A pocos pasos de mi puesto había una alcantarilla, todos los días un vagabundo, también invisible, tiraba un hilo de nylon con un complejo sistema de nudos y ganchos y rescataba tesoros perdidos de entre el agua podrida.

Sus tesoros generalmente no eran más que un par de monedas, algún billete, documentos, incluso celulares, dentaduras y montones de papeles y latas. Nada realmente importante. Pero si para el. Eran sus juguetes, los que no pudo tener de chico.

lunes, 6 de julio de 2009

El príncipe azul no existe pero si el macho violento (Parte I)

No existe el príncipe azul pero si el macho violento-leyó en una pared de una iglesia mientras viajaba en colectivo. La gente con barbijo ya no lo preocupaba y tampoco el smog, ni los robos ni los accidentes de tránsito ni las armas nucleares. Le preocupaba encontrar a su príncipe azul. Ya había tenido demasiados machos violentos, aunque todos piensen que los putos son afeminados, siguen siendo hombres y había algunos bien hijos de puta, que usaban y lastimaban como cualquier heterosexual.

Viejos amigos a quienes les ocultó su condición homosexual, rechazaban el sexo anal en las charlas de “machitos”, era para putos. Pero se olvidaban que un gay tiene el mismo cuerpo que un hetero lo que siente uno lo siente el otro. Obvio que hay preferencias pero la negación al sexo anal en los mataputos le resultaba una forma de tapar su homosexualidad latente. Siempre discutían sobre por cuanta plata se dejarían romper el orto. Le resultaba estúpida aquella discusión que siempre daba vueltas sobre lo mismo, quien resultaba ser el puto más barato. Ya sea por plata, por gusto o control médico a la larga a todos nos rompen el culo-les dijo una vez. Todos se quedaron callados y reflexionando.

-Por gusto y plata sos puto, pero control médico es salud, es ciencia-respondió el más homofóbico de sus ex amigos.

-Si pero el culo te termina roto igual, a los cuarenta al proctólogo tenes que ir si o si-respondió el.
-¿No serás medio puto Luca?

viernes, 3 de julio de 2009

Sin Tìtulo o la espera trágica

Se callan todos la boca- gritó casi escupiendo, con humo en la boca y restos de comida.
No estaba jodiendo. Realmente no estaba jodiendo.

Todos se quedaron quietos en sus lugares, sentados sin mirarlo a la cara. Mirándose sus propias manos o los zapatos, algunos por los nervios se tironeaban delicadamente el pelo.

Él se paró, tardó en levantarse de la silla debido a sus ciento y pico de kilos. Agarró otro canapé y se lo metió en la boca. Lo bajó con un trago de vino. Era caro obviamente pero él no distinguía un cartón de una botella. Se le chorreó por la papada y por su camisa blanca como el animal que era. Tenía el cuello gastado y roñoso.

Todos seguían quietos, alguno tal vez lo observaba con desagrado.

¿Qué importaba lo que ellos pensaran? Él controlaba la situación y nadie podría hacer nada. Él controlaba la situación.

Cada tanto se escuchaba una tos lejana de nervios que se ahogaba en un vaso de agua.
Todos sabían en la profundidad de su conciencia que habían hecho mal en asistir, nadie tenía ganas de estar ahí y menos en ese entorno tan estresante.

A algunas se les notaban el pánico y terror en sus labios y ojos. Los rasgos se les deformaban por la ansiedad. El maquillaje se corría. Parecían prostitutas ultrajadas.
Las mesas seguían ordenadas con el mantel rojo de raso algo torcido en cada una de ellas. La jarra de agua medio vacía y los platos de comida ya fríos.

Ya nadie prestaba atención a la cuidada decoración del lugar ni al terrible frío que emanaba el aire acondicionado que obligaba a todos a tener los abrigos puestos. De hecho ya nadie estaba abrigado.

Ella seguía atada a la silla dura y sin hablar. La única silla dura de todo el lugar se la tenían que dar justo a ella, parecía una forzada casualidad.

Su vestido berreta se había levantado furiosamente y se le llegaba a ver una diminuta bombacha blanca. Los tacos de sus zapatos estaban firmes contra el piso. Sus dos piernas estaban sudadas y apretadas entre si.

Todos traspiraban, hasta él traspiraba, pero también fumaba. Era su maleducada forma de aflojar la rigidez de esa situación a la que extrañamente ya todos se habían acostumbrado. Incluso en el fondo disfrutaban.

Él le acariciaba el pelo arruinándole su producido peinado para la ocasión. A ella no le gustaba. Sus dedos largos y gruesos, con las uñas prolijamente cortadas, se pasaban a través del pelo de ella que nada podía hacer para evitarlo.

Un quinto cigarrillo fue prendido, el silencio era absoluto. Los latidos del corazón de ella se sentían pero no escuchaban.

Los mozos no atendían, miraban en silencio al igual que el resto de los comensales. Los cocineros no estaban enterados de nada, el inframundo de la cocina es un micro clima aparte.

La espera ya era insostenible, nadie sabía que haría él con ella. Todos querían un desenlace lo más pronto posible. Los nervios hicieron atragantarse a más de uno con agua, nuevamente.

El agarró una vieja y gran tela negra y la tapó.
Cada minuto parecía mantenerse varias horas. Hizo durar esa situación el tiempo necesario, como todo un profesional.

Se escucharon unos estruendos y las luces parpadearon. Se creó un momento de confusión absoluta. Hubo algún alarido femenino, una copa rota por un movimiento brusco y un poco de desorganización.

Ella había desaparecido. El truco había sido un éxito.

jueves, 2 de julio de 2009

Crónica de Cracovia

Esta crónica quedó entre los 22 finalistas de los 162 relatos enviados a la Cuarta edición del Concurso de Relatos Cortos de Viaje 2009 moleskin. Un 90% del relato es cierto, el otro 10% levemente exagerado.



Un hombre gordo me tocó como compañero de camarote en el tren. Me pidió que lo despierte en su estación, me dejó inquieto ya que no entendí el nombre del lugar donde él debía bajar. Tenía miedo de que se pase así que lo moví al rato para cortarle el sueño. Murmuró unas cosas en polaco y se despertó.

Era completamente de noche, muy temprano en la mañana. No tuve problemas para llegar, el viaje duró un par de horas solamente. Eran las siete cuando llegué a la estación, las siete del viernes 16 de enero de 2009.

Cracovia es conocida por ser la antigua capital polaca cuando todavía este país era un imperio. Ése era mi destino.

Venía de Varsovia. Caminé unas diez cuadras por la Avenida Gertrudy hasta la calle Sarego. Era una calle particularmente fea y esperaba que el hostal en el que me iba a hospedar estuviese en condiciones. No pedía mucho más, tan sólo un lugar agradable donde descansar del frío polaco y del difícil idioma. La zona se llamaba Stradom, delimitaba con el barrio judío y me encontraba a unas pocas cuadras de la vieja ciudad, la parte más turística de Cracovia.

Tardé en encontrar el edificio, es que no me entraba en la cabeza que fuera aquel. Estaba semi abandonado, sin número ni cerradura, parecía tomado por okupas. Las fotos en Internet lo mostraban diferente, habitaciones grandes, luminosas, en buen estado, con cocina propia e incluso bicicletas gratuitas para recorrer la ciudad.

No era lo que esperaba, pero la recepcionista, Aga, fue muy amable y al enterarse de que soy argentino se puso contenta ya que ella estudia español. Pretendía abandonar Polonia para irse a vivir a España, según ella, donde sufriría menos del frío. Tuve una linda sorpresa con eso, por fin podía hablar mi idioma.

Mis días en Varsovia fueron más complicados, la gente del hostal había sido espléndida pero mi inglés no es del todo bueno. Un solo chico hablaba español, era de Conneticut, Estados Unidos.

Aga, la recepcionista del hostal me dio el número de su teléfono celular, me dijo que la llamara, que cuando salía de su otro trabajo me mostraría la ciudad y saldríamos con sus amigos. No la llamé. No por descortesía sino porque prefería perderme solo por la ciudad y estar sin ninguna compañía que me atase.

Como dijo una vez un guía turístico al periodista polaco Ryszard Kapuscinski "(…) para conocer el mundo, sus gentes y cultura, lejos de ser un placer es un esfuerzo que exige concentración y soledad (...) Todo trabajo creativo exige soledad y concentración. Se escribe estando solo, también cuando se pinta un cuadro y desde la misma perspectiva contemplamos el conocimiento del mundo, también hay que estar solo durante un viaje".

Era el único huésped del hostal, una casa bastante oscura y grande. Para mi sorpresa, por ser viernes, no quedaba nadie en la recepción. Me dieron la llave del lugar.Fue bastante extraño pero no me alarmó.

Ahí a un costado estaban las bicicletas, cacharros maltratados y con apariencia de ser poco seguros.

Eran las nueve de la mañana así que decidí ir a pasear y conocer un poco de aquella ciudad.

Llegué caminando a la ciudad vieja, cambié dinero, en Polonia siguen usando su moneda, el Zloty. Decidí perderme, encontré un típico mercado en el que vendían artesanías para turistas, lo típico que se vende en cualquier país, cosas regionales y un gran puente con obras de arte colgadas.

A eso de las tres decidí ir a un museo, había varios y ninguno me interesaba realmente. Elegí uno sobre la historia de Cracovia, pero había una habitación dedicada a momias egipcias, me pareció una ridiculez. Un desperdicio de Zlotys.

En la zona central había una gran iglesia en la que a cada hora sonaban unas trompetas.

Las calles adoquinadas quedaron tapadas por los pies de la gente. Era ya de noche y no muy tarde, tan solo las 6 pm. La plaza central estaba iluminada y me di cuenta de que no había comido en todo el día. Encontré un lugar donde hacían unas buenas salchichas y papas fritas.

Antes de volver al hostal encontré una disquería, la primera que veía en aquella ciudad. No había ningún disco interesante. Volví al frío y tomé la dirección al hostal por la calle Grdozka, luego doble en Dominikaska, una avenida, y bajé por la Gertrudy.

Un vagabundo revolvía la basura, me recordó bastante a Buenos Aires aquella imagen, casi pintoresca.

Suerte mía, había ingresado un huésped más, un chico de Francia. Estábamos los dos solos. Estudiaba electrónica en algún país escandinavo, no se en cual. Obligadamente nos hicimos amigos. Estábamos los dos usando las computadoras con Internet, él quería averiguar por una excursión a las famosas minas de sal. Yo quería ir al castillo. Había una buena colección de discos en el hostal que le impuse tiránicamente a mi nuevo amigo francés. Desde John Zorn hasta Bad Brains, Henry Rollins y Tortoise. Eso me hizo sentir como en casa.

Fui al supermercado más cercano a comprar algo de comer, me fue difícil volver hacia el hostal, cuando me di cuenta había dado tres vueltas por las mismas cuatro calles. Hice huevos revueltos y compré chocolate para calentarme. A eso de las diez me fui a duchar y volví a Internet.

Cerca de las once nos fuimos a dormir. Cada uno a una habitación diferente. Solos en el edificio más turbio al que podríamos haber caído. Yo estaba contento.

Al día siguiente me levanté a eso de las nueve, quería ver a Aga pero en su lugar había otra mujer. Desayuné un poco de cereales y nada más.

Decidí visitar la zona llamada Kazimierz o "barrio judío", era lo más cerca que tenía para ver. Habría unas cinco sinagogas en muy buen estado, una parecía una iglesia, averiguando me enteré de que había sido construida por católicos porque los judíos no podían ejercer profesiones.

Era triste ver esa zona deteriorada, algunas pintadas antisemitas y poca gente en la calle.El frío era soportable, unos cinco grados bajo cero, días previos a mi llegada hubo diecisiete bajo cero. Tuve suerte.

Una vez cansado de martirizarme en el barrio judío decidí partir a Wawel, el castillo principal de Cracovia. Te cobraban para recorrer cada parte y era con visita guiada, recorrí tan sólo la habitación de los huéspedes.

El castillo era inmenso, realmente muy bello, paseé por los patios internos y por afuera, observe el gran río Wisla un rato largo y lo fotografié, vi su gran catedral interna y visité la tienda de regalos, compré una reproducción de un mapa polaco del siglo XV.Seguí caminando la ciudad y perdiéndome por las antiguas calles polacas, comí un Kebab (especie de emparedado relleno de carne y verduras) aunque extrañaba los Zapiekanka de Varsovia (unos panes con salsa de tomate y queso).

Llegué a la Ciudad Nueva, que el nombre no confunda, no tiene nada de nueva, es más bien antigua, vieja. No me interesó seguir perdiéndome por ahí así que decidí volver al barrio judío, tenía una gran caminata hasta allí.

Llegué a una vieja casa, había un rabino hecho de hielo en la entrada, no dude y entré. Era un viejo centro judío, tenía librería, mire los libros un rato y me fui de ahí. Estaba casi desierto el lugar, al mediodía compré un pan de canela en una linda panadería, no tenía mucho dinero para gastar. El resto del día lo pasé por ahí. Al anochecer quise dar una última visita por el centro, la ciudad vieja. Ver la gran iglesia y escuchar el sonido de sus campanas. A eso de las seis de la tarde volví al deteriorado hostal. Comí los huevos que me quedaron del día anterior. Mi amigo francés había podido ir a las famosas grutas de sal.

Se entristeció al enterarse de que esa misma noche yo me iba, se quedaba solo. Me dio pena. Nos despedimos y a eso de las once me fui.

Hacía frío y no me daba pena abandonar aquel edificio, aunque tenía su encanto pese a su deplorable estado. Caminé las calles que hice el primer día pero a la inversa. Un borracho se me acercó, apuré el paso. Llegué a la estación transpirado. Me puse a charlar con una chica pelirroja de Canadá y con un chico de pelo muy corto, de Sudáfrica. Subimos juntos unas largas escaleras hasta nuestro andén. Se tomaban el mismo tren que yo. A Praga, República Checa.

Una vez que llegó el tren, verifiqué que el boleto coincidiera con el número de camarote.
El guardia era un gordo con bigote. Me habló en un idioma que no entendí. Se lo hice saber en inglés. Pensé que hablaba en polaco. Me amenazó con que si iba a Republica Checa debía hablar su idioma.

No hablo checo, solo inglés- le dije.

Le di mi pasaporte y sonrió.

No hablas inglés, hablas español- me respondió.

Al parecer pensó que era estadounidense, debería tener algún problema con ellos. Porque al rato se apareció con una manta y me preguntó si necesitaba algo más. Le dije que no. Al rato me regaló un mapa. Extraña hospitalidad la checa. Me hizo sentir un poco más a gusto.

El camarote era pequeño e incómodo.

Antes de que el tren saliera entró a mi camarote una chica oriental. No hablaba inglés. Tan sólo coreano, era muy tímida. Intentamos comunicarnos mediante señas. Me ofreció jugo y me regaló una naranja para comer. Era buena. Ambos nos pusimos a escribir en nuestros cuadernos. Yo firmé el suyo y ella el mío. Cada uno en su idioma.

Me resultó raro que una chica coreana estuviese sola en Cracovia, más aun si no hablaba una sola palabra de inglés.

No pude dormir aquella noche.

Temprano en la mañana, a eso de las cinco. Llegué a Praga. Ya estaba un poco fastidiado de cargar la valija, mis pies dolían y mi espalda también. Tenía sueño, hambre y me empezaba a sentir solo. Comprendí por qué Kafka se sentía tan oprimido en aquella ciudad. Deseaba volver al edificio casi abandonado, casi ocupado y sin manija de Cracovia. Me sentiría mas seguro ahí.

Otra tarde más en La Giralda

Al incluir situaciones que pasaron realmente, decidí cambiar los nombres de os personajes.

Otra tarde más en La Giralda


El pelotudo del clima parece divertirse, veinticuatro grados y yo con campera. Con campera y por su culpa eh.

Estaba bajando la escalera de la oficina, un cuartito sin aire para el verano ni estufa para el invierno. El ascensor era muy viejo y no andaba.

Era ya de noche y la gente entraba y salía de los bancos y los bares. Los cartoneros si trabajaban y los vendedores de la Hecho en Buenos Aires te apretaban para que se la compres.

En las quince cuadras que tengo desde Maipú y Diagonal Norte hasta La Giralda me reparten nueve volantes de servicio de acompañante. Putas. No iba a caer en la trampa. Se sabe que vas a esos lugares y no te dejan salir hasta que le invites un trago de cien o mas pesos a alguna de las chicas. La que vos quieras o la que no este laburando a otro.

Lo vi en la tele, lo comentaba uno de esos periodistas que se creen estar haciendo algo así como “periodismo aventura”. Notas novedosas en las que el televidente siente vivirlas en carne propia. Tele basura. No me jodería trabajar en eso pero asumiendo que es amarillo, tanto como Rial o como filmar la muerte de Rodrigo.

No dudo en entrar a La Giralda, solo cambiaría ese lugar por El Tortoni, al que nunca fui o el Gato Negro que me deprime un poco mas.

Me siento en cualquier mesa y el mozo me saluda, le pido un chocolate espeso con dos churros, esta caro.

Recuerdo cuando hace unos años venía religiosamente todos los viernes con una amiga. Primero almorzábamos pizza en Guerrín, recorríamos el centro en busca de libros y discos baratos, visitábamos una disquería en la que nunca comprábamos nada pero charlábamos durante horas con el que atendía y después si, La Giralda.

El mozo trajo mi pedido y vio que estaba escribiendo. Me preguntó que es lo que anotaba tan apresuradamente.

Escribo- le respondí medio cortante. Escribo rápido porque pienso mas deprisa de lo que anota mi puño.

¿Puedo leer?-me preguntó sin vergüenza.

Le di el cuaderno tímidamente e hizo una mueca de repudio.

No vas a llegar a mucho con estas cosas-predijo con un enojo disimulado.

No había confianza para ese comentario. Me devolvió el cuaderno.

Ya se-le respondí desinteresado.

Su comentario no me ofendió, tan solo me pareció desubicado. Tenía razón de hecho, no iba a llegar a nada. Escribía para mi, trabajaba en una ONG.

Sobre prostitutas embarazadas y gordos con síndrome de down y otros poderes. Esas taradeces escribía, tienen más onda para un comic pero no se dibujar. En verdad tampoco se escribir.

El mozo preguntó por mi amiga; no la veía hace más de medio año. Tiene una banda y viajó por Europa y Chile y firmó con un sello de Detroit. Yo sigo simplemente viniendo a La Giralda. No cambió nada, empecé la facultad y estoy por terminarla, eso.

Seguí escribiendo, cuando me di cuenta el chocolate ya estaba helado y con nata. Ahí se fueron los doce pesos que me quedaban para el resto de la semana. Mierda.

El ruido de la máquina de espresso ya no me desconcentraba, la había borrado de mi lista mental de sonidos molestos. Era peor el timbre de voz de una compañera del secundario que estaba medio loca y la calmaban los padres con rivotril sin recetar. Sus abuelos y los míos se conocían de sus días antes de la Guerra en Polonia.

Me pregunté hace cuanto estarían las botellas de Criadores en las vitrinas del bar, estaban limpias. Me parecía ridículo que las tengan ahí, en exposición al pedo, tenían que limpiar el estante cada tanto para demostrar falsa finura. La Giralda: pulcritud ante todo, excepto en el baño.

Había una gorda con remera de Patti Smith y con un walkman, hace mucho que no veía uno. Me miró y la esquive. Me recordó a mi amiga con la que solía venir a La Giralda, no por lo gorda, porque le gustaba Patti Smith.

También había dos turistas vestidas como turistas, no tuve que escucharlas hablar para saberlo. Cuando lo hicieron me lo confirmaron.

Levanté la vista de la hoja y vi a Jerónimo con su novia gorda, gordísima y fea.
Jerónimo era un pibe extraño que iba a mi colegio. Lo echaron por fumar en un aula y que el humo entre por el conducto de ventilación y se esparza por el resto de los cursos. Algunos dicen que fue porro, otro cigarrillos comprados y otros que armados por él, incluso se dijo que un habano se había fumado. No se con cual tipo de cigarro lo hizo pero pasó de verdad aunque yo me enteré bastante tiempo después cuando noté que su presencia siniestra no merodeaba desde hace rato por los pasillos de la escuela judía.

Tocaba muy bien el piano, amante, o eso presumía, del noise japonés.

Era superdotado, sintetizó THC en un gotero y le ponía a sus comidas. Vivía loco, o por las drogas o por su personalidad esquizoide.

En un viaje a Israel tomó pepa pensando que eran la mitad de fuertes que acá, pero eran el doble. Grave error. Tuvo un ataque en el Mar Muerto, pensó que lo perseguían los nazis.
Hacía altas movidas, una vez unos dealers grosos le pincharon la línea porque se enteraron que iba a mover diez mil pesos de alguna droga, no se de cual. Entraron a la casa y se lo llevaron a el y al padre. En el piso de arriba un chico se quedó drogándose y jugando a la play mientras la novia de Jerónimo le chupaba la pija.

Los cagaron a piñas y no se que más. El padre siempre pensó que fue un secuestro y no que el hijo estaba re jugado y que vendía drogas. Es famoso por eso, Jerónimo.

El resto de los personajes que hubo ese día en La Giralda no tienen relevancia.

Una vez estaba con mi amiga y un chico de rulos y corbata se nos acercó y nos pregunto si estábamos “tramando algo”. No se que quiso decir con eso, si algo respecto a drogas, sexo, secuestro o que; pero me asustó. Le dijimos que no. Nos respondió que tendríamos que tramar algo, que nos íbamos a volver a cruzar y que teníamos que tener algo tramado para ese entonces. Nunca mas lo vi, tenía una cara familiar. Creo que iba a al primario con mi hermana, o no.

El tiempo no pasaba, tenía que estar a eso de las ocho en lo de mi tía por Villa crespo y no quería llegar temprano. Eran las siete y cuarto hacía como cuarenta minutos.

Entró un chico a vender cosas, no tuvo mucho éxito. Recorrió tres o cuatro mesas y se fue, o lo echaron disimuladamente.

La chica de remera de Patti Smith pidió la cuenta, esta vez no me acosó con la mirada. Observé nuevamente a la calle y vi un oriental con una remera de Sonic Youth. No me impresionó.

El marco de la puerta del bar me tapaba parte de un cartel de la vereda de enfrente y me hacía leer orgía, corrí un poco la cabeza para ver la totalidad del anuncio y vi que decía Borgia. Perdí el interés.

Hola!

Escribo hace bastante, comencé después de leer a Bukowski, en 2004 creo. Si aquel borracho podía, yo también. Obviamente estaba equivocado, no era un simple borracho putañero, era un genio. Yo no. Pero seguí intentando escribir, sigo intentando escribir.
¿Por qué se llama cuentos verdes este blog? Porque son inmaduros pero también putrefactos y aveces tienen (o eso intento) un poco de humor acido. No amigo esto no tiene nada que ver con el faso, frecuencia equivocada. Pese a eso, hago públicos los textos que vine cosechando desde principio de este año y alguno que otro anterior (perdí muchos cuando se me quemó el disco rígido hace un tiempo). Espero que les guste, que critiquen y que pueda mejorar mi escritura.

Un saludo y son bienvenidos.
Ariel Pukacz.

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